Mtra. Danitza Aidé Covarrubias Treviño
La raíz de la religión tiene que ver con religar, volver a ligar hacia el origen. El origen generalmente se refiere a un ser superior creador de todo, que suele llamarse Dios.
Si miramos profundamente, muchas veces buscamos a ese ser superior, desde un desamparo personal, tras experiencias de nuestra historia donde nos vivimos sin papá y/o sin mamá, por falta ya sea física o emocional de éstos. Cuando es así, no contactamos con el Dios verdadero, ya que en realidad solo estamos buscando una figura de protección, de amparo, que no necesariamente es la esencia de Dios, de religarnos con el origen.
Es entonces cuando condicionamos nuestra fe y nuestro “amor” a Dios, a que nos cumpla los caprichos que suplicamos en nuestros rezos. Nos volvemos seres infantilizados encaprichados en que un “dios” responda a las necesidades personales, y donde nos cuestionamos su misma existencia de no ser satisfechas las exigencias que le endilgamos.
¿ESTO ES ESTAR EN ORACIÓN?
Dios “debe” satisfacer las que creemos son nuestras necesidades?
Suele suceder que ese ser superior tiene otros planes para nosotros, y generalmente son mejores que los que nosotros pedimos.
Poder vivir una espiritualidad donde nos volvemos a conectar con el origen verdaderamente, tiene también que ver con volver a conectarnos y vincularnos con papá y mamá. Donde al comprender, abrazar, y tomar ese origen “físico” en la cadena de la vida, donde ellos son eslabón a través del cual nos conectamos en este plano material, abrazamos también la vida misma, y con ello, el misterio que contiene: el origen último. Al abrazar a papá y mamá, y descubrirlos en mi ser, y su manera de proveerme de recursos para vivir la vida, puedo conectarme con el ser superior no desde la necesidad de una figura de protección, si no desde la verdadera liga con la vida, la confianza de que por más doloroso o difícil que sea la situación de mi vida, hay un propósito, tiene un sentido, aunque sea misterioso.
Vivir desde ahí la espiritualidad, es vivirlo con madurez. El ejercicio de la espiritualidad comienza entonces, no con reconocer la existencia de Dios, si no con el asombro de la vida misma, desde la planta, los animales, y la propia existencia que surge de un momento de entrega física sexual, de cómo se tocan lo femenino y lo masculino, ahí, también está Dios. Ahí inicia el camino de curiosidad y búsqueda, que si seguimos, nos llevará indudablemente a la experiencia de Dios: a la espiritualidad, y al misterio que encierra.
«El amor del espíritu es una actitud. Acepta todo tal cual es, simplemente porque existe.»
Bert Hellinger.