Mtra. Danitza A. Covarrubias Treviño.

Uno de los obstáculos que enfrentamos ante el reto de ser autoridad como padres de familia y en otros roles como el ser maestro, o jefe, es el poder ser considerados como «el malo».
Por quien?
Por los padres, por los suegros, por los amigos, por los compadres. Infinidad de personas alrededor opinan de la crianza y la manera de formar o no a los hijos. Y por supuesto, los hijos mismos, que se victimizan para hacernos dubitar ante las reglas, límites y decisiones que tomamos para ver si acaso nos doblegamos ante sus deseos.
Lo que no se dice, y no se sabe, es que efectivamente muchas veces nos cuestionamos si somos “malos”, y a veces efectivamente nos doblegan.
Y qué con esto?
Pues es elemental mantener una firmeza amorosa ante los hijos –o alumnos, o empleados-, pues de esta manera podemos dar la seguridad de que nos hacemos cargo, y no ponemos en los hombros, de aquellos sobre los que ejercemos la autoridad, el peso de la responsabilidad de decisiones importantes y trascendentes.
Y para los hijos es fundamental para poder desarrollar la seguridad personal tener cubierta su necesidad de que alguien más se haga cargo de él, poder confiar en que el adulto le cuida y sabe lo que es conveniente para su vida.

¿Cómo sostener la fuerza interna para poder “ser el malo”?
Para empezar, es importante aclarar que no somos “el malo”. Ni tampoco somos perfectos. Es decir, solo estamos haciendo el trabajo “sucio” por así decirlo, y esto implica que nos podemos equivocar al hacerlo.

Cuándo nos afecta “ser el malo” generalmente tiene que ver con necesidades emocionales personales de aprobación, de reconocimiento, de cariño que esperamos que nuestros hijos nos den, y que entonces ser «el malo” amenaza la satisfacción de esta necesidad.
Sanar la relación con nuestros padres nos da el sostén interno para no necesitar ser «el bueno”, ni ser “inocente”. Podemos asumirnos como “el malo” –porque estamos haciendo lo que nos toca-, y ser “culpable” cuando nos equivocamos y afrontamos las consecuencias.
Aunque estemos a cargo podemos mantener abiertas las puertas y el corazón a escuchar al otro, y a considerar otras posibilidades dentro de nuestras decisiones, incluso admitir si nos equivocamos.
Sabernos a cargo y asumirlo libera a los hijos, pues pueden recargarse completamente en los adultos.

Y a ti, te han dicho que eres el malo? Qué haces con ello?

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